Hoy te cuento:
- Qué tienen en común perros, gatos, autistas y neurotípicos.
- Qué es el Problema de la Doble Empatía en autismo.
- Cómo afrontar los retos de comunicación autistas.
Cuando ser malinterpretado es el pan de cada día
Soy maestra y también soy autista. Y si hay algo que veo una y otra vez en el aula es cómo mis alumnos autistas son malinterpretados. Este es un claro ejemplo del problema de la doble empatía en el autismo, un fenómeno que afecta la comunicación entre autistas y neurotípicos. Y si hay algo que veo una y otra vez en el aula es cómo mis alumnos autistas son malinterpretados. Escucho a compañeros decirles cosas como: «mírame cuando te hablo, si no me miras parece que me ignoras» o «si estás dibujando, no puedes estar escuchando». Pero lo que no entienden es que, para muchos de nosotros, el contacto visual puede ser como mirar directamente al sol: incómodo, agotador y, en algunos casos, incluso doloroso. Y que, en lugar de distraernos, hacer algo con las manos—como dibujar, apretar un fidget o abrazar un muñeco—nos ayuda a concentrarnos mejor y a regularnos emocionalmente.
Perros, gatos y diferencias en la comunicación
Este tipo de malentendidos no es exclusivo de la interacción entre autistas y neurotípicos, pero es mucho más evidente y genera muchos más problemas. La dificultad no radica en una falta de interés o empatía, sino en diferencias en la manera en que percibimos y expresamos nuestras emociones e intenciones.
Para simplificar el fenómeno y que se entienda de forma sencilla, piensa en perros y gatos. Un perro mueve la cola cuando está contento, mientras que un gato lo hace cuando está incómodo o molesto. Si un perro y un gato intentan comunicarse sin entender estas diferencias, la confusión está servida. El perro podría pensar que el gato está feliz, mientras que el gato podría interpretar el movimiento del perro como una señal de amenaza. Ninguno está actuando de manera incorrecta, simplemente responden según su propio lenguaje natural.
Y lo mismo nos pasa a nosotros: las personas neurotípicas esperan que los autistas nos comuniquemos como ellos, pero nuestras formas de expresarnos no siempre coinciden con sus expectativas. Lo que para un neurotípico puede parecer desinterés o rudeza, para un autista puede ser una forma cómoda y natural de interactuar. La clave no está en obligar a una parte a cambiar su estilo de comunicación, sino en aprender a entender y respetar las diferencias.

Doble empatía en el autismo: la teoría de Damian Milton
Aquí es donde entra en juego la teoría del problema de la doble empatía, propuesta por Damian Milton. Milton, sociólogo y académico autista, desarrolló esta teoría en 2012 tras analizar la dinámica de comunicación entre personas autistas y neurotípicas. En sus estudios, observó que cuando dos personas autistas interactúan entre sí, suelen comprenderse mucho mejor que cuando interactúan con una persona neurotípica. Esto sugiere que la dificultad en la comunicación no es un «déficit» exclusivo de los autistas, sino una falta de entendimiento mutuo entre ambos grupos.
Milton argumentó que las diferencias en la manera de percibir y procesar la información generan estas dificultades de comunicación. Mientras que las personas autistas suelen tener patrones de comunicación más directos, sinceros y detallados, las personas neurotípicas dependen en mayor medida del lenguaje corporal, las convenciones sociales y la interpretación implícita. Como resultado, autistas y neurotípicos pueden malinterpretarse, lo que refuerza la idea errónea de que los autistas carecen de empatía, cuando en realidad el problema radica en la falta de adaptación mutua. Se nos ha dicho que los autistas tenemos dificultades para entender a los demás, pero en realidad, el problema va en ambos sentidos. Las personas neurotípicas también tienen dificultades para entendernos a nosotros. Sin embargo, históricamente se nos ha exigido que seamos nosotros quienes nos adaptemos, que aprendamos las reglas neurotípicas y que vayamos a terapia para «encajar». Pero, ¿por qué la carga de la adaptación recae casi siempre sobre nosotros?
No se trata de rechazar la terapia, sino de equilibrar el esfuerzo
No me malinterpretes. No estoy diciendo que la terapia sea algo malo o que no sea útil aprender algunas normas sociales para navegar en un mundo neurotípico. De hecho, la terapia puede ser una herramienta valiosa para las personas autistas. Puede ayudarles a entender el mundo en el que viven, a conocerse mejor a sí mismos, a aprender sobre sus fortalezas, sus necesidades y cómo gestionar sus emociones. Pero la terapia no debería centrarse únicamente en enmascarar el autismo o en enseñar a los autistas a actuar como neurotípicos para encajar. Debería ser un espacio para potenciar su bienestar y ayudarles a vivir de manera auténtica, no una herramienta para hacerles más «aceptables» a los ojos de los demás.
¿Qué puede hacer la sociedad para adaptarse?
¿Qué pasaría si, en lugar de pedirnos constantemente que cambiemos, la sociedad hiciera un esfuerzo real por entendernos y adaptarse también a nuestras necesidades? Algunas ideas para empezar podrían ser:
Educar sobre el autismo de manera realista: No desde estereotipos ni desde la patologización, sino desde el respeto a la neurodiversidad.
Flexibilizar la comunicación: Entender que alguien puede estar prestando atención sin necesidad de mirar a los ojos o que la mejor manera de aprender para algunos no es estar quietos y callados.
Hacer ajustes razonables en el trabajo y la escuela: Desde permitir auriculares en clase hasta crear espacios tranquilos en oficinas y centros educativos.
Fomentar la empatía bidireccional: Así como se nos enseña a entender las normas neurotípicas, también debería enseñarse a los neurotípicos a entender la comunicación autista.
Convivir sin exigir que solo uno cambie
La doble empatía no se soluciona con un solo lado haciendo todo el esfuerzo. Para lograr una sociedad realmente inclusiva, necesitamos dejar de asumir que la comunicación neurotípica es la única correcta y empezar a valorar las diferentes formas en que las personas pueden expresarse y conectarse. Porque, al final, no se trata de «arreglar» a nadie, sino de aprender a convivir y entendernos mejor mutuamente. Igual que un perro y un gato pueden aprender a respetar sus diferencias y convivir en paz, también podemos hacerlo nosotros si dejamos de insistir en que solo un lado tiene que cambiar.